Capítulo 6: una nueva amiga

Era por la mañana, Septiembre había dado paso a Octubre, el otoño estaba en el aire, el frío aumentaba poco a poco. Las hojas de los árboles se van tiñendo poco a poco de tonos marrones. El cielo pasa más tiempo grisáceo que azul. Ya puedo caminar. Mi pierna derecha aún se resiente un poco si no hago alguna parada o si echo a correr, pero se va recuperando.
Me levanto, miro el calendario sencillo que me dio Cheryl en una de sus visitas, al lado del horario de lo que serán mis clases a partir de ahora. Falta una semana para que comiencen las clases. Mi curiosidad aumenta con el paso del tiempo, ¿cómo serán las clases?
Los alumnos ya habían comenzado a llegar desde la semana anterior, pero mi compañera de habitación aún no había venido.
Aún así todos me miraban como un bicho raro, algunos me trataban normal, y eran amables conmigo, otros me temían, y otros me matarían con la mirada, incluyendo a Caden entre ellos.
El muchacho había dejado de hablarme pero no paraba de mirarme, o mejor dicho, me vigilaba. Cada paso que daba, cada cosa que hacía, siempre estaba ahí.
Incluso Cheryl se comportaba de manera forzada conmigo, ella que siempre había sido natural conmigo ahora se comportaba a veces de un modo extraño. Aunque la mayoría del tiempo lo pasaba normal.
Dios… ¿por qué es todo así?
¿Porque tuve que ponerme de escudo entre Caden y Rebecca? ¿Por qué estaba viva?
Me levanto, será mejor que me dé una ducha, no quiero pensar más. Me lavo el pelo, el cual había crecido más aún, otra cosa extraña.
Ya me rozaba los hombros. Caía en forma de pequeños bucles. Siempre me había gustado mi pelo, sobre todo largo. Pero lo llevaba corto debido a que a un chico de mi barrio le pareció gracioso pegarme un chicle en las raíces. Y  mi madre tratando de igualarme las puntas se paso cortando. Sonrío.
Que ingenua era entonces. Que vida tan pacífica. Pero ya no podría volver a aquellos días… jamás.
Llaman a la puerta de la habitación. Dos golpes rápidos. El mismo ritmo de siempre.
-Adelante.- Digo con voz suficientemente alta como para que se me oiga tras la puerta.
-Buenaaas…- dice Cheryl toda sonriente mientras entra en la habitación. -¿Te apetece venir a dar una vuelta? Hoy toca el patio.
-Claro, espera a que me vista- cuando pude comenzar a andar Cheryl se ofreció a enseñarme todo, todo el instituto, en una semana ya sabía los escondrijos, los lugares más concurridos, y los atajos. Pero no sabía casi nada del patio, ya que solo lo veía para cambiar de un edificio a otro, pues el instituto se dividía en varios edificios.
La residencia, también separada según el género; el gimnasio, que también tenía una piscina,  las clases teóricas, que era lo más parecido a un instituto normal y corriente; las clases prácticas, divididas a su vez en la magia y en las armas, y por último el bosque, que usaban como una especie de establo debido a que era un microclima ideal para la mayoría de los seres vivos tanto normales como no, y para dar las clases sobre plantas medicinales.
Aún nos falta por ver el bosque y el patio. Abro el armario, cojo  unos pantalones cortos y una camiseta combinada con una chaqueta de deporte, mis deportivas. Y ¡Lista!
Salgo de la habitación, recogiendo las llaves de esta, además de mi llave de cristal. Veo a Cheryl hablando con una chica de piel morena, con lo que parecían tatuajes de henna por los brazos y las piernas. Su pelo rojizo como el atardecer destacaba con sus ojos verde esmeralda. Decido acercarme.
-Ya estoy lista, Cheryl. ¿Quién es…?
-Ah, Amber llegas justo a tiempo, esta es Lys, la que será tu compañera de habitación a partir de ahora.
Lys me miraba directamente a los ojos, absorta en ellos. Me tiende la mano.
-Encantada, soy Lys Moonflower. Y mi nombre es tan extraño porque soy huérfana, no tengo padres y por tanto tampoco apellido. Así que me lo inventé. Será…-Se queda pensando mientras le estrecho la mano.- interesante convivir contigo. Sólo espero que no ronques.
Comenta sonriente tras lo cual se despide con la excusa de ir a colocar su equipaje. Yo me quedo mirándola, caminaba con una elegancia que hacía que la mirasen.
-Es bailarina.
-¿Qué?
-Que es bailarina, por eso camina con esa elegancia, aprendió a llamar la atención para sobrevivir.-me explica Cheryl.-Es una chica bastante maja, o al menos eso aparenta.
“Aparentar”. Las apariencias engañan, me quedo pensativa y quieta. Sólo esperaba que no fuese la típica niña borde y pija. Con eso me bastaba.
—Bueno, vamos a ver el patio.—le digo sonriente a la vez que la engancho de la mano y la hago bajar las escaleras hasta la planta baja. Mi habitación estaba en la segunda planta, justo al lado de las duchas.
—Vale, vale tranquila.—me para mi amiga riendo.
—¿Señorita Cheryl?
—¡ah! ¡Señora Hardgoth! —Exclama Cheryl al ver a la directora.
—La estaba buscando, ha llegado una misión. Creo que será mejor que vaya usted. Ya que de los efectivos disponibles usted es la que más conoce la zona.
—¿Dónde…?
—Le daré los detalles en mi despacho.—Le corta mientras me mira sin escrupulos de arriba a abajo. Aún no se fiaba de mí.
—Vale.—la directora se aleja por el camino hacia el edificio principal.—Lo siento mucho Cheryl. De verdad. Mañana te lo muestro ¿vale?
—Nada, nada. Lo veo yo y ya está. Por cierto, ¡Suerte!—ella se aleja y me hace el gesto de la victoria con la mano. Yo comienzo a andar hacia el bosque. Aunque parezca raro o  peligroso, me encontraba mucho más a gusto allí, rodeada de la naturaleza que en aquellos edificios de color blanco inmaculado.
Una vez llego al bosque me dirijo al lago que nace de una fuente mineral en sus profundidades. Cerca del lago por la hierba que lo rodea me descalzo y me acerco a la orilla, allí meto los pies en el agua. Me relajo y me quito la chaqueta, aunque estuviésemos en Octubre, aquel día hacía calor.
—No esperaba encontrarte aquí.—Dice una voz a mis espaldas, grave, profunda y magnética. Me giro sobresaltada, pues no había muchos estudiantes que fuesen allí. Al instante reconocí aquellos ojos.
—Tú… tú estabas en el tren aquella mañana.—Digo mientras no puedo apartar mis ojos de los suyos. Eran una mezcla entre el azul del cielo y el verde de los bosques más profundos. Su pelo castaño le crecía revuelto y lo tenía un poco largo, como un corte que ha crecido y hay que volver a cortar.
—Sí, y tú eres Amber. ¿Me equivoco?— Su mirada y su voz me mantienen tranquila y quieta, cual magnetismo a un metal.
—Sí. ¿Me puedes decir quién eres? ¿O tengo que adivinarlo? —Respondo sarcástica.
—Estaría bien que lo adivinases, pero te ahorrare trabajo. Soy Math. —responde con una leve sonrisa en sus labios.
Me quedo quieta, preguntándome que decirle. No tenía cartas. Así que él juega la siguiente mano.
—¡Qué pena que tus ojos se volviesen rojos!, me gustaban más verdes, aunque hay que decir que llaman más la atención así.
—Mira, déjame en paz si te vienes a reír de mí, que ya tengo suficiente.—Le replico a la vez que me giro y me quedo mirando fijamente el agua.
—Vale, vale. Lo siento. Aunque quieras  o no es verdad.— Sus pasos suenan  cada vez más cercanos, oigo como se sienta a mi lado, yo no respondo ni le miro solo miro el agua cristalina y mis pies bajo la superficie.—Eh, no llores.
No me había dado cuenta de que estaba llorando, últimamente me pasaba demasiado. Las lágrimas caían por mis mejillas encendidas, silenciosas e impactaban sobre la superficie cristalina.
Noto como su brazo pasa por debajo de mis omoplatos y me estrecha contra él. Me aferro con mis manos a su camiseta negra.
—Venga, no pasa nada. Expúlsalo todo, tus nervios, tus miedos. Todo.—me susurra al oído mientras yo cierro los ojos fuertemente como si quisiera despertar de aquel mal sueño. Poco a poco voy quedando sumida en un letargo, en un sueño breve. Un sueño en el que no había nada.
Cuando vuelvo a abrir los ojos me encuentro en la misma posición que antes. Medio recostada sobre Math.
—Veo que ya te calmaste.—dice sonriendo levemente. Me incorporo rápidamente, con el respiro de saber que no se había dado cuenta de que me había quedado dormida.
—Perdona por haberme puesto así…—¿qué me había pasado? Nunca me había puesto a llorar por cosas tan nimias.
—Es lógico que te pongas así es un cambio muy grande en muy poco tiempo.— su voz suena dulce. Me da miedo mirarle a los ojos.— Ey, mírame, que no te voy a comer.
—Pero,...— reculo, no quiero mirarle, no quiero recordar como son mis ojos de ese color rojo tan… tan horrendo.
—Venga, se que dije que tus ojos eran más bonitos verdes, pero ese color rojizo te sienta de maravilla. —Me susurra con una sonrisa. Me quedo mirándole embobada, perdiéndome en aquellos ojos tan bellos.
Un dolor tenue de cabeza aparece, como una jaqueca. Dejo de mirarle.
—¿Qué te pasa?—pregunta preocupado.
—No sé, de repente me ha empezado a dar dolor de cabeza el mirarte.
—¿Tan feo te parezco?—dice mientras se ríe.
—No…—Las palabras fluyen por mis labios sin ser llamadas, como si no fuera la dueña de mi voz.—Me pareces bello.
Al darme cuenta de lo que había dicho, en esa situación, es decir, yo recostada sobre él, la vergüenza se apodera de mi ser, tornándose rojas mis mejillas. Por lo que bajo mi cabeza para que no me vea. Math me besa la frente.
—Gracias. Nunca me lo habían dicho.
—¡Venga ya!— le digo volviéndole a mirar a los ojos.— Seguro que cualquier chica con la que hayas salido te lo ha dicho.
—Nunca he tenido novia.
Su respuesta me sorprende. Las campanas de Midnigth resuenan anunciando que es la hora de la cena.
—¿Me dejáis acompañaros a la cena?— Me pregunta mientras se levanta. Aquel chico era muy extraño, pero parecía muy simpático.
—Claro.—accedo.
Me ayuda a ponerme de pie, y me coge de la mano hasta sacarme del bosque. Mientras me quedo mirando como tira de mí. Había algo familiar en él que hacía que me fiase.
Una vez salimos del bosque, Math se para y, por consiguiente, y también, se queda mirando la Luna. ¿Cuándo había anochecido?
—Me tengo que ir, pero antes, déjame decirte algo, Amber.
Yo me quedo mirándole, intrigada con lo que me quiera decir.
—Tú también eres hermosa, pero aún más bajo la luz de la Luna llena, recuérdalo.
Tal como apareció desaparece, se mueve de nuevo hacia el edificio de las clases. Yo me quedo quieta observando cómo se va hasta que no se distingue de la oscuridad.
Comienzo a  caminar hacia el comedor. Mi estómago ruge, menos mal que ahí no hay nadie que la oiga.
—Ya veo que tienes hambre ¿Eh?—responde una voz masculina muy conocida, pero que hacía tiempo que no oía, o al menos dirigida a mí.
—Hombre, Caden. Si me hablas y todo.—respondo mordaz. Miro a mi alrededor, el chico está subido a un árbol.
—Nunca te dejé de hablar.
—¿Entonces que estabas bajo silencio penitencial? ¿O algo así?
Se baja de la rama en la que estaba sentado, y se acerca a mí.
—Lo que pasa es que no soy de muchas palabras, además no tenía nada que decirte.
—¿Y ahora sí?
—Sí.
—A ver, di ¿Qué quieres decirme?
—Aléjate de Math.
—¿Por qué?- eso era una sorpresa, que más le daba a él de quien fuese amiga.
—Porque no es lo que parece.— responde con furia retenida. Trataba que no la viese, pero era mal actor.
—Entonces, sabelotodo, ¿Quién es en realidad?
—La pregunta no es quién si no qué.
—¿Qué?— me quedo atónita.
—Exacto. Pregúntaselo cuando le vuelvas a ver.—Salta de la rama de aquel árbol, y se para en frente mía.—¿Vienes a cenar?
—Sí,… pero, sobre lo que has dicho…—Me pone su índice sobre mis labios.
—No más preguntas, al menos, no esta noche.—Me susurra. Me tiende su mano. Yo distraída se la cojo. Era muy diferente a la mano de Math, que era suave y fina, como si nunca las hubiese usado. Las de Caden eran más grandes y adornadas por cicatrices, eran… las manos de un luchador.
Aquel pequeño e insignificante detalle hace que formule una nueva pregunta en mi cabeza, ¿Math era uno de nosotros?
Dejando escapar un suspiro, me dejo llevar por Caden.
—¡Ay!— me caigo de rodillas en el suelo, mi cabeza me duele horrores. Un ruido me taladra los oídos, como un pitido que me impide oír nada más. Veo a Caden diciéndome algo, pero no oigo nada. Mis manos presionan mis sienes. Tengo ganas de gritar. Un sudor frío recorre mi piel.
El dolor es superior a mis fuerzas. Mi último recuerdo fue que me desmaye, y que alguien, quien supongo sería Caden, me llevaba a la enfermería. Ja, parece que no podría salir nunca de ese lugar.

Mi mundo se vuelve completamente negro.

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