Capítulo 6: una nueva amiga

Era por la mañana, Septiembre había dado paso a Octubre, el otoño estaba en el aire, el frío aumentaba poco a poco. Las hojas de los árboles se van tiñendo poco a poco de tonos marrones. El cielo pasa más tiempo grisáceo que azul. Ya puedo caminar. Mi pierna derecha aún se resiente un poco si no hago alguna parada o si echo a correr, pero se va recuperando.
Me levanto, miro el calendario sencillo que me dio Cheryl en una de sus visitas, al lado del horario de lo que serán mis clases a partir de ahora. Falta una semana para que comiencen las clases. Mi curiosidad aumenta con el paso del tiempo, ¿cómo serán las clases?
Los alumnos ya habían comenzado a llegar desde la semana anterior, pero mi compañera de habitación aún no había venido.
Aún así todos me miraban como un bicho raro, algunos me trataban normal, y eran amables conmigo, otros me temían, y otros me matarían con la mirada, incluyendo a Caden entre ellos.
El muchacho había dejado de hablarme pero no paraba de mirarme, o mejor dicho, me vigilaba. Cada paso que daba, cada cosa que hacía, siempre estaba ahí.
Incluso Cheryl se comportaba de manera forzada conmigo, ella que siempre había sido natural conmigo ahora se comportaba a veces de un modo extraño. Aunque la mayoría del tiempo lo pasaba normal.
Dios… ¿por qué es todo así?
¿Porque tuve que ponerme de escudo entre Caden y Rebecca? ¿Por qué estaba viva?
Me levanto, será mejor que me dé una ducha, no quiero pensar más. Me lavo el pelo, el cual había crecido más aún, otra cosa extraña.
Ya me rozaba los hombros. Caía en forma de pequeños bucles. Siempre me había gustado mi pelo, sobre todo largo. Pero lo llevaba corto debido a que a un chico de mi barrio le pareció gracioso pegarme un chicle en las raíces. Y  mi madre tratando de igualarme las puntas se paso cortando. Sonrío.
Que ingenua era entonces. Que vida tan pacífica. Pero ya no podría volver a aquellos días… jamás.
Llaman a la puerta de la habitación. Dos golpes rápidos. El mismo ritmo de siempre.
-Adelante.- Digo con voz suficientemente alta como para que se me oiga tras la puerta.
-Buenaaas…- dice Cheryl toda sonriente mientras entra en la habitación. -¿Te apetece venir a dar una vuelta? Hoy toca el patio.
-Claro, espera a que me vista- cuando pude comenzar a andar Cheryl se ofreció a enseñarme todo, todo el instituto, en una semana ya sabía los escondrijos, los lugares más concurridos, y los atajos. Pero no sabía casi nada del patio, ya que solo lo veía para cambiar de un edificio a otro, pues el instituto se dividía en varios edificios.
La residencia, también separada según el género; el gimnasio, que también tenía una piscina,  las clases teóricas, que era lo más parecido a un instituto normal y corriente; las clases prácticas, divididas a su vez en la magia y en las armas, y por último el bosque, que usaban como una especie de establo debido a que era un microclima ideal para la mayoría de los seres vivos tanto normales como no, y para dar las clases sobre plantas medicinales.
Aún nos falta por ver el bosque y el patio. Abro el armario, cojo  unos pantalones cortos y una camiseta combinada con una chaqueta de deporte, mis deportivas. Y ¡Lista!
Salgo de la habitación, recogiendo las llaves de esta, además de mi llave de cristal. Veo a Cheryl hablando con una chica de piel morena, con lo que parecían tatuajes de henna por los brazos y las piernas. Su pelo rojizo como el atardecer destacaba con sus ojos verde esmeralda. Decido acercarme.
-Ya estoy lista, Cheryl. ¿Quién es…?
-Ah, Amber llegas justo a tiempo, esta es Lys, la que será tu compañera de habitación a partir de ahora.
Lys me miraba directamente a los ojos, absorta en ellos. Me tiende la mano.
-Encantada, soy Lys Moonflower. Y mi nombre es tan extraño porque soy huérfana, no tengo padres y por tanto tampoco apellido. Así que me lo inventé. Será…-Se queda pensando mientras le estrecho la mano.- interesante convivir contigo. Sólo espero que no ronques.
Comenta sonriente tras lo cual se despide con la excusa de ir a colocar su equipaje. Yo me quedo mirándola, caminaba con una elegancia que hacía que la mirasen.
-Es bailarina.
-¿Qué?
-Que es bailarina, por eso camina con esa elegancia, aprendió a llamar la atención para sobrevivir.-me explica Cheryl.-Es una chica bastante maja, o al menos eso aparenta.
“Aparentar”. Las apariencias engañan, me quedo pensativa y quieta. Sólo esperaba que no fuese la típica niña borde y pija. Con eso me bastaba.
—Bueno, vamos a ver el patio.—le digo sonriente a la vez que la engancho de la mano y la hago bajar las escaleras hasta la planta baja. Mi habitación estaba en la segunda planta, justo al lado de las duchas.
—Vale, vale tranquila.—me para mi amiga riendo.
—¿Señorita Cheryl?
—¡ah! ¡Señora Hardgoth! —Exclama Cheryl al ver a la directora.
—La estaba buscando, ha llegado una misión. Creo que será mejor que vaya usted. Ya que de los efectivos disponibles usted es la que más conoce la zona.
—¿Dónde…?
—Le daré los detalles en mi despacho.—Le corta mientras me mira sin escrupulos de arriba a abajo. Aún no se fiaba de mí.
—Vale.—la directora se aleja por el camino hacia el edificio principal.—Lo siento mucho Cheryl. De verdad. Mañana te lo muestro ¿vale?
—Nada, nada. Lo veo yo y ya está. Por cierto, ¡Suerte!—ella se aleja y me hace el gesto de la victoria con la mano. Yo comienzo a andar hacia el bosque. Aunque parezca raro o  peligroso, me encontraba mucho más a gusto allí, rodeada de la naturaleza que en aquellos edificios de color blanco inmaculado.
Una vez llego al bosque me dirijo al lago que nace de una fuente mineral en sus profundidades. Cerca del lago por la hierba que lo rodea me descalzo y me acerco a la orilla, allí meto los pies en el agua. Me relajo y me quito la chaqueta, aunque estuviésemos en Octubre, aquel día hacía calor.
—No esperaba encontrarte aquí.—Dice una voz a mis espaldas, grave, profunda y magnética. Me giro sobresaltada, pues no había muchos estudiantes que fuesen allí. Al instante reconocí aquellos ojos.
—Tú… tú estabas en el tren aquella mañana.—Digo mientras no puedo apartar mis ojos de los suyos. Eran una mezcla entre el azul del cielo y el verde de los bosques más profundos. Su pelo castaño le crecía revuelto y lo tenía un poco largo, como un corte que ha crecido y hay que volver a cortar.
—Sí, y tú eres Amber. ¿Me equivoco?— Su mirada y su voz me mantienen tranquila y quieta, cual magnetismo a un metal.
—Sí. ¿Me puedes decir quién eres? ¿O tengo que adivinarlo? —Respondo sarcástica.
—Estaría bien que lo adivinases, pero te ahorrare trabajo. Soy Math. —responde con una leve sonrisa en sus labios.
Me quedo quieta, preguntándome que decirle. No tenía cartas. Así que él juega la siguiente mano.
—¡Qué pena que tus ojos se volviesen rojos!, me gustaban más verdes, aunque hay que decir que llaman más la atención así.
—Mira, déjame en paz si te vienes a reír de mí, que ya tengo suficiente.—Le replico a la vez que me giro y me quedo mirando fijamente el agua.
—Vale, vale. Lo siento. Aunque quieras  o no es verdad.— Sus pasos suenan  cada vez más cercanos, oigo como se sienta a mi lado, yo no respondo ni le miro solo miro el agua cristalina y mis pies bajo la superficie.—Eh, no llores.
No me había dado cuenta de que estaba llorando, últimamente me pasaba demasiado. Las lágrimas caían por mis mejillas encendidas, silenciosas e impactaban sobre la superficie cristalina.
Noto como su brazo pasa por debajo de mis omoplatos y me estrecha contra él. Me aferro con mis manos a su camiseta negra.
—Venga, no pasa nada. Expúlsalo todo, tus nervios, tus miedos. Todo.—me susurra al oído mientras yo cierro los ojos fuertemente como si quisiera despertar de aquel mal sueño. Poco a poco voy quedando sumida en un letargo, en un sueño breve. Un sueño en el que no había nada.
Cuando vuelvo a abrir los ojos me encuentro en la misma posición que antes. Medio recostada sobre Math.
—Veo que ya te calmaste.—dice sonriendo levemente. Me incorporo rápidamente, con el respiro de saber que no se había dado cuenta de que me había quedado dormida.
—Perdona por haberme puesto así…—¿qué me había pasado? Nunca me había puesto a llorar por cosas tan nimias.
—Es lógico que te pongas así es un cambio muy grande en muy poco tiempo.— su voz suena dulce. Me da miedo mirarle a los ojos.— Ey, mírame, que no te voy a comer.
—Pero,...— reculo, no quiero mirarle, no quiero recordar como son mis ojos de ese color rojo tan… tan horrendo.
—Venga, se que dije que tus ojos eran más bonitos verdes, pero ese color rojizo te sienta de maravilla. —Me susurra con una sonrisa. Me quedo mirándole embobada, perdiéndome en aquellos ojos tan bellos.
Un dolor tenue de cabeza aparece, como una jaqueca. Dejo de mirarle.
—¿Qué te pasa?—pregunta preocupado.
—No sé, de repente me ha empezado a dar dolor de cabeza el mirarte.
—¿Tan feo te parezco?—dice mientras se ríe.
—No…—Las palabras fluyen por mis labios sin ser llamadas, como si no fuera la dueña de mi voz.—Me pareces bello.
Al darme cuenta de lo que había dicho, en esa situación, es decir, yo recostada sobre él, la vergüenza se apodera de mi ser, tornándose rojas mis mejillas. Por lo que bajo mi cabeza para que no me vea. Math me besa la frente.
—Gracias. Nunca me lo habían dicho.
—¡Venga ya!— le digo volviéndole a mirar a los ojos.— Seguro que cualquier chica con la que hayas salido te lo ha dicho.
—Nunca he tenido novia.
Su respuesta me sorprende. Las campanas de Midnigth resuenan anunciando que es la hora de la cena.
—¿Me dejáis acompañaros a la cena?— Me pregunta mientras se levanta. Aquel chico era muy extraño, pero parecía muy simpático.
—Claro.—accedo.
Me ayuda a ponerme de pie, y me coge de la mano hasta sacarme del bosque. Mientras me quedo mirando como tira de mí. Había algo familiar en él que hacía que me fiase.
Una vez salimos del bosque, Math se para y, por consiguiente, y también, se queda mirando la Luna. ¿Cuándo había anochecido?
—Me tengo que ir, pero antes, déjame decirte algo, Amber.
Yo me quedo mirándole, intrigada con lo que me quiera decir.
—Tú también eres hermosa, pero aún más bajo la luz de la Luna llena, recuérdalo.
Tal como apareció desaparece, se mueve de nuevo hacia el edificio de las clases. Yo me quedo quieta observando cómo se va hasta que no se distingue de la oscuridad.
Comienzo a  caminar hacia el comedor. Mi estómago ruge, menos mal que ahí no hay nadie que la oiga.
—Ya veo que tienes hambre ¿Eh?—responde una voz masculina muy conocida, pero que hacía tiempo que no oía, o al menos dirigida a mí.
—Hombre, Caden. Si me hablas y todo.—respondo mordaz. Miro a mi alrededor, el chico está subido a un árbol.
—Nunca te dejé de hablar.
—¿Entonces que estabas bajo silencio penitencial? ¿O algo así?
Se baja de la rama en la que estaba sentado, y se acerca a mí.
—Lo que pasa es que no soy de muchas palabras, además no tenía nada que decirte.
—¿Y ahora sí?
—Sí.
—A ver, di ¿Qué quieres decirme?
—Aléjate de Math.
—¿Por qué?- eso era una sorpresa, que más le daba a él de quien fuese amiga.
—Porque no es lo que parece.— responde con furia retenida. Trataba que no la viese, pero era mal actor.
—Entonces, sabelotodo, ¿Quién es en realidad?
—La pregunta no es quién si no qué.
—¿Qué?— me quedo atónita.
—Exacto. Pregúntaselo cuando le vuelvas a ver.—Salta de la rama de aquel árbol, y se para en frente mía.—¿Vienes a cenar?
—Sí,… pero, sobre lo que has dicho…—Me pone su índice sobre mis labios.
—No más preguntas, al menos, no esta noche.—Me susurra. Me tiende su mano. Yo distraída se la cojo. Era muy diferente a la mano de Math, que era suave y fina, como si nunca las hubiese usado. Las de Caden eran más grandes y adornadas por cicatrices, eran… las manos de un luchador.
Aquel pequeño e insignificante detalle hace que formule una nueva pregunta en mi cabeza, ¿Math era uno de nosotros?
Dejando escapar un suspiro, me dejo llevar por Caden.
—¡Ay!— me caigo de rodillas en el suelo, mi cabeza me duele horrores. Un ruido me taladra los oídos, como un pitido que me impide oír nada más. Veo a Caden diciéndome algo, pero no oigo nada. Mis manos presionan mis sienes. Tengo ganas de gritar. Un sudor frío recorre mi piel.
El dolor es superior a mis fuerzas. Mi último recuerdo fue que me desmaye, y que alguien, quien supongo sería Caden, me llevaba a la enfermería. Ja, parece que no podría salir nunca de ese lugar.

Mi mundo se vuelve completamente negro.

Capítulo 5: Encuentro Nocturno


Pasa el tiempo, poco a poco voy conociendo todos los detalles a la vez que vuelvo a caminar.
Midnigth es una asociación formada por los humanos tocados por la muerte, una asociación de aquellos que trabajan con la Luna como compañera. Ya que sus poderes alcanzan su cénit en la noche.
Yo no me sentía diferente, al parecer en la pelea contra Rebecca, ella me había seccionado la columna cuando me expuse como escudo, y al volver de mi “viaje” mis heridas externas se habían recuperado sin dejar marca, pero las internas conllevaban un proceso más tedioso.
Mis largas estancias en la enfermería se llevaban bien ya que siempre que podía Cheryl me venía a ver, es decir cuando no estuviese en alguna misión.
A mis padres, para que no se preocupasen, les escribía cartas, diciendo que me habían aceptado en un instituto internado, muy prestigioso. Y ellos, ingenuos lo creyeron y me dieron la enhorabuena por mi logro. Si supiesen la verdad… Hago una mueca burlona al pensarlo.
Cuando pude comenzar a andar me cambiaron de habitación, dormía junto con una muchacha que al parecer, porque aún no había venido a Midnigth, se llamaba Lys.
O eso me dijo la directora, una mujer corpulenta y fuerte, pero dulce, de cabello oliváceo y ojos marrones. Mientras me enseñaba las instalaciones y me contaba que las clases empezarían en Octubre. Debido a que algunos alumnos habían ido a visitar a sus parientes.
Caden seguía siendo todo un misterio. Por no decir que solo hablamos una vez. Una noche en la enfermería vino a verme.
-¿Estas despierta?- preguntó con voz suave, en tono normal, ya que la enfermería estaba vacía.
- Sí…- susurro mientras destapo un poco mi rostro apartando la sábana. Me incorporo lentamente, con la ayuda de mis brazos, pues mis piernas aún no me respondían. -¿Qué quieres?-enciendo la luz, se había sentado en la cama, y me miraba a los ojos. Los suyos de colores diferentes, uno plateado y el otro dorado, no apartaban la vista de los míos.
-¿Qué vistes?- le miro sin comprender. Suspira.- cuando moriste…
-Un mundo blanco…- algo en mí decía que era de confianza. ¿Pero que debía contarle? Había visto muchas cosas. Una mujer de negro. Una televisión. Una voz perturbadora. Una llave. Dolor…
-Eh… no llores- me dice mientras recoge mis lágrimas. No sabía que estaba llorando, ¿por qué lo hacía?
Me calmo, y le relato la historia, con pequeñas censuras, la llave, el libro y la voz quedan ocultos. Me mira atento, pero cuando avanzo en la historia comienza a tensarse, a volverse frío.
-Y eso es todo…- susurro. Se levanta rápidamente.-¿Qué pasa?
-No me fío…
-¿Eh?
-Nosotros estamos en un tránsito entre la vida y la muerte, pero tú… Dios… estabas muerta y has resucitado… lo comprobé varias veces… y luego tus ojos…- se gira, y mirándome de manera severa escupe las palabras.-A lo mínimo extraño que hagas… Te mataré…
Esas dos palabras que fueron su despedida dañaron mi corazón, desde entonces, no he vuelto a hablar con él, y lo comprendo. Tampoco le he contado a nadie más mi cruce en aquel mundo en blanco.

Pero, si no era la muerte ¿Quién era? Una mujer embutida en negro, aquel libro… el libro me había llamado más la atención que la figura. Un libro del color de la sangre. Un hermoso color para un libro…

Capítulo 4: Explicaciones

Nada más abrir los ojos descubrir el rostro de Cheryl empapado en lágrimas. No recordaba casi nada de lo que había ocurrido en mi cabeza. Solo sabía que la muerte me había dejado volver.
Mi uniforme estaba manchado de sangre.
Cheryl que me tiene apoyada en su regazo, sigue llorando, con su cabeza apoyada en mi pecho.
-¡Soy una imbécil!... Debí haberte contado esto antes… Ahora estas muerta y es mi culpa- se reprocha entre sollozos.
Recuerdo la lucha, las heridas de muerte…. Que ya no dolían… Quizás todo lo que soñé no era del todo irreal.
En mi mano derecha hay algo frio, enseguida sé que se trata de una llave. Pequeña y de cristal. ¿Qué abriría? Ni idea.
-Cheryl… yo…- comienza a decir el muchacho ya con el hombro vendado.
-¡Cállate! Ella estaría viva si la hubieras defendido bien…. Si no te hubieras dejado guiar por tu instinto- esta colérica.
-¿Che-Cheryl?- digo mientras ella bruscamente levanta su cabeza. Me mira con los ojos desorbitados, aunque es lógico… hace unos segundos estaba muerta.
-¡Oh, Dios! ¡Ambeer!- Ahora sollozaba de felicidad. Miro por encima de su hombro, veo a aquel muchacho. Me mira con una frialdad con la que nadie me había mirado antes.
-Cálmate, Cheryl…. No me voy a ir de aquí. – le susurro. No tenía fuerzas para decir nada más. Me desmayo.
Cuando vuelvo a despertar, es porque la luz me da en los ojos, trato de alcanzar la cortina para que me deje en paz. Pero solo palpo pared. Cuando me despejo, descubro que estoy en una especie de enfermería. El olor de analgésicos inunda el ambiente. Un olor cargado a cerrado. Estoy en una cama de sábanas color crema y cabecero blanco. En la mesita de metal a juego con la cama, hay un vaso lleno de agua. Tengo sed, alzo la mano hasta cogerlo. Incorporada, me lo bebo de un trago.
Llevo puesto un vestido de tirantes gruesos, de color blanco. Busco la llave, la cual descansa sobre la mesita. Suspiro aliviada. No se que abrirá aquella llave, pero intuía que es mejor tenerla cerca.
Noto un cosquilleo en la nuca, alzo la mano rápidamente para ver que es. Noto pelo, trato de quitarlo, y me tiro de mis propias raíces. Sorprendida, trato de saber donde acaba mi pelo, descubro que me había crecido unos tres centímetros. Esto hace que me plantee una nueva pregunta.
¿Cuánto tiempo llevaba inconsciente?
Oigo el chirrido de una puerta vieja al abrirse. Unos pasos apresurados. Yo ya estaba incorporada cuando se descorre la cortina que me separaba del mundo. Cheryl sofocada, sonríe. Intentando contenerse me abraza.
-Lo siento… lo siento tanto…- Balbucea mientras empapa mi hombro.- No quería involucrarte por eso no dije nada…
-Tranquila ya pasó…- la consuelo. –Cheryl, cuando te calmes… quiero que me expliques que ha pasado…
-Cuando termine de calmarse será de noche…- Dice una voz mientras las cortinas se corren un poco más. Era aquel muchacho, el que había peleado con Rebecca.-Amber…
-Perdona, ¿Pero puedo saber quién eres?- repongo mordaz.- ¿Y dónde estoy?
-Me llamo Caden.  Estás en la enfermería de Midnigth.-Contesta indiferente mientras se pasa los dedos por el pelo rubio.
-¿Midnigth? No conozco ningún lugar llamado así…
- Es lógico la mayoría de la gente no sabe que existe. –Me observa, su mirada me irrita, me mira con superioridad, como diciéndome que no tengo ninguna posibilidad contra él.
-¿Y mis padres? ¿Saben algo de esto?- Caden desvia la mirada, algo en mi interior me decía que aquello no era bueno. El llanto de Cheryl se acalla de pronto.- ¿Por qué no… me respondes?
-Amber…- Cheryl levanta su rostro lloroso, si quisiera podría haber seguido los caminos que sus lágrimas habían marcado en su rostro, sus ojos aún húmedos miran los míos fijamente.-Amber… no podíamos dejarte regresar así como así. Y menos con ese aspecto.
Me asusto. Aunque es lógico y normal, que me digan que mi aspecto había cambiado sin yo darme cuenta hacia que me pusiera en lo peor. Quizás tenía alguna cicatriz, o me faltaba un trozo de cara. Mi cabeza solo me daba respuestas cada vez más repulsivas. Caden nota mi inquietud. Sin una palabra, se vuelve hacia la mesa más próxima a él y me tiende un espejo que reposaba en ella.
Mis manos temblorosas lo recogen. Me aferro a él, para intentar que aquel temblor no se notase. Cierro fuertemente los ojos cuando lo sitúo delante de mí.
Mi imagen mental empeoraba cada vez más. Con un suspiro tratando de calmarme, decido abrirlos.
Mi reflejo no tiene ninguna cicatriz monstruosa, ni ninguna cosa asquerosa, ni le faltaba algún apéndice. Mi pelo era cierto que había crecido. Ahora estaba un poco más largo, como había calculado unos tres o cuatro centímetros. Pero en aquel reflejo había algo extraño.
Mis ojos. Que antes habían sido de un tono esmeralda, ahora relucían con un tono rojizo. Se me hiela la sangre.
-¿Por qué han…?
-Aún no lo sabemos, cuando despertaste en la piscina, ya los tenías de ese color. Hemos supuesto que se debe a que ahora ves el mundo con otros ojos.-Responde Caden, quien se había sentado en la mesilla en la que había reposado el espejo.
-Con otros ojos…- No sabía por qué pero aquel color me era familiar.- ¿A qué te refieres?
- A que debido a la pelea contra… Rebecca, perdiste mucha sangre, y estas en el tránsito entre la vida y la muerte. Como todos nosotros.
-¿Vosotros dos?- No entiendo nada, ¿querían decir que estaba muerta pero a su vez no?
-Nosotros y toda Midnigth.-Responde Caden.
-Somos personas humanas créenos, pero por un motivo u otro cuando la muerte vino a buscarnos nos ofreció volver… es decir…
-Somos enviados de la muerte… Somos parcas de seres que no deberían vivir, pero por un motivo u otro su hilo de vida sigue intacto.- Completo el muchacho.-Pero algunos nos vimos manchados…
-¿Nos?- Aquello parecía una de esas películas de ficción, de esas que piensas que estaría “guay” vivirlo. Pero no lo era… para nada.
-Yo, por ejemplo.- Comenta Cheryl, con una sonrisa.- Puedo obrar magia, y curar heridas leves. Y tengo una gran afinidad por los gatos, de ahí el color de mis ojos.
-Yo…-Comienza Caden, sin expresión en el rostro.-Soy un licántropo. Tengo una gran fuerza y una rapidez inhumanas, y me llevo mejor con los perros.
-Entonces yo… según lo que decís, ¿tendría alguna habilidad especial?-Me vuelvo a mirar al espejo. Nunca me acostumbraría a ver mis ojos de aquel color.
-Puede…-contestaron ambos al unísono.

Capítulo 3: El mundo en Blanco

Mi primera sensación fue fría, tenía frío, mucho frío. Exceptuando donde me herí, sintiendo en aquellas zonas un ligero calor. Comienzo a abrir mis ojos de nuevo. Estoy en un lugar completamente blanco. Como si hubiese nevado y todo estuviese cubierto de nieve. El cielo también es de color blanco pero más oscuro, es decir, gris muy claro.
Mi ropa ya no está manchada de sangre, camino hacia delante, guiándome por mi intuición.
Veo un punto negro en la lejanía, me acerco a él. Descubro a una mujer. Esta completamente vestida del color del luto, su rostro está cubierto por un velo semitransparente del mismo color. Solloza delante de un libro, del color de la sangre.
Me acerco a ella. Trato de hablar pero no puedo. Muevo los labios, pero las palabras no aparecen. Comienzo a sentirme frustrada. A tener esa sensación de querer y no poder.
La mujer me mira. Su velo solo deja que le vea sus labios. Se levanta. Continúa mirándome. Su expresión no cambia.
Comienza a andar. Yo trato de gritarle que se pare que quiero hablar con ella. Comienzo a correr, ella comienza a caminar cada vez más deprisa. No la puedo alcanzar. Mi cansancio es evidente, el flato comienza a invadirme. La sensación de derrota se apodera de mí. Me caigo al suelo. Me quedo allí de rodillas.
Ella se para. Vuelve sobre sus pasos. Se acerca a mí, y me alza la cara, como si quisiese verla bien. Se que mi mirada colisiona con la suya, aunque no sepa a donde mira.
“¿Te has cansado ya?” pregunta una voz en mi interior.  No sabía cómo responder a aquella pregunta. Trato de hablar pero las palabras no salen.
“Este es el mundo en blanco… Las palabras no existen, debes de encontrar otro modo de expresarte”  dice mientras se aleja. Yo me levanto y comienzo a seguirla. Comienzo a rogar que se pare. Ella se para en seco.
“¿Qué has dicho?” su rostro sigue contemplando el horizonte, no se digna a mirarme. Pero, ahora lo comprendía. No se trataba de hablar, de expresarse. Se trataba de pensar. Trasmitir esos pensamientos a otra persona.
“Que pares, estoy cansada” digo mientras me caigo al suelo, pensar era una cosa, pero enviar mis pensamientos consumía mis energías.
“Ya veo que le vas pillando el truco”, se acerca y se sienta a mi lado. “Aunque ya lo sabía…” dice con su rostro sonriente.
“¿Eh?” Digo mirándola, ya estaba lo suficientemente confusa como para que me confunda más.
“Pero de eso hablaremos, perdón, pensaremos en otra ocasión…”, alegre, se gira mientras abre el libro. Sus páginas son negras con letras plateadas. ”Es hermoso ¿verdad?” dice mientras lo ojea. “Bueno, aquí esta tu nombre” dice mientras me lo enseña. “Amber Ground… ¿Correcto?” Asiento.
“Muy bien Amber, esto es para ti.” Le tiende una llave, colgada en un cordón de plata. “Ahora elige… ¿Te vas o te quedas?”
Cojo la llave que me tiende. La miro, es tan pequeña como la de un diario, es fina y suave como una pluma. Brilla como el cristal. Levanto la vista. La chica misteriosa había desaparecido.
En su lugar había una puerta, la puerta es del color de la plata, enmarcada con unos dibujos de tonos azulados, formando espirales que terminaban en hojas. Encima de la puerta colgaba una rosa negra.
Miro el pomo. Lo giro tres veces. La puerta chirria de felicidad, como si nadie la hubiera abierto en años. Tal vez, siglos.
Salgo cerrándola, para que nadie profane aquel lugar.
“Buena elección…” Oigo antes de cerrar la puerta.
Detrás de la puerta solo había oscuridad, y una pequeña televisión, de las antiguas que iluminaba la estancia. Mostrando una oscuridad infinita y una silla de madera. En la televisión no se  muestra imagen alguna.
Me siento delante, al instante el canal cambia. Me muestra mi muerte vista desde distintos ángulos, como si hubiera estado viviendo un show.
-Esto no te lo esperabas ¿eh?- trato de buscar el origen de aquella voz, sabía que era masculina, por su gravedad.
-¿Quién eres?- pronuncio, mientras saboreo cada palabra. ¡Al fin habían vuelto!
-No tengo porque mostrarme ante ti ahora. No debes estar aquí. Debes marcharte.- su voz era severa. Sin saber porque me levante, y comencé a buscar una salida.
-No hay salida…- susurro.
-Las salidas están donde menos te puedes esperar…- Dice la voz sin ningún matiz de expresión.
Miro la televisión… No puede ser. Me acerco a ella toco la pantalla de cristal. Ahora aparece la imagen de una puerta. La pequeña caja se deforma hasta convertirse en una puerta, más tosca y más rústica. Pero hermosa.
Aquella no tenía cerradura, la abro. Dentro hay una luz cegadora, me comienzo a acercar a ella. Sin querer cierro los ojos, la puerta se cierra sola.
Camino, solitaria, sin poder abrir los ojos. Cuando trato de abrirlos no puedo, es como si estuviesen cosidos.
El dolor vuelve a desgarrarme, comienzo a notar una cicatrización rápida y dolorosa, caigo al suelo retorciéndome de dolor. Confusa, y jadeando, trato de chillar, pero mi voz no sale.
-¡No te mueras!
Oigo una voz, me recuerda a alguien. Alguien que conocí hace mucho. No sé quién. Cuando las heridas están cerradas, puedo abrir los ojos, poco a poco, la luz de una lámpara me ciega, no puedo ver donde estoy. Sólo sé que…
Estoy en algún lugar con olor a cloro.

Capítulo 2: Caída

En medio de este, medio incorporada estaba Rebecca. De su… de su boca, deformada por una risa, salía sangre. Sus dientes, eran diferentes a los de cualquier humano, eran caninos, afilados y letales. Su cara parece un hocico. Con más rasgos de bestia que de humana, gira sus ojos completamente negros hacía mí. Miro lo que sujeta  en las manos.
Me dan arcadas prefería no haberlo mirado. La estaba devorando.
Estaba devorando a una de mis compañeras. No quise saber quién era. Suelta el trozo de carne, y se comenzó a levantar lentamente.
-Tú… hueles mejor….- Dice con una voz extraña casi gutural. Como si no fuese humana… pero eso ya me había quedado claro. –Debería haberte comido esta mañana como me ordenaron…
Comienza a avanzar hacia a mí, obligo a moverse a mis piernas temblorosas.
Pienso en lo que había dicho… “Me ordenaron”. ¿Quién me odiaba tanto como para querer verme muerta?
Las dudas martillean mi cabeza mientras corro.
Comienzo a correr, con todas mis fuerzas, más y más rápido. Recorro los pasillos de los vestuarios. Llego a la puerta de metal, que anuncia mi salvación, mi salida. Cerrada. Oigo risas melodiosas, me giro provienen de esa cosa. Busco un sitio donde meterme. Veo un armario, me meto en él. Con suerte no me habrá visto introducirme en él. Mi respiración es entrecortada.
Espero a que pase. Sujeto el pomo con todas mis fuerzas, por si acaso trata de abrirlo. Una mano me tapa la boca, mientras me apoya contra algo caliente. Trato de morder a mi opresor.
-Sshh… Calla, si no la llamarás…- me susurra al oído, es un hombre, tiene la voz grave y profunda. Sus manos son grandes y tapan parcialmente mi cara. Sigo intentándole morder. Él sigue esperando algo.
Se oyen pasos, me quedo helada. Dejo de respirar. Se oye que llevan a rastras algo. Un gruñido. Los pasos se alejan. Nos quedamos sin movernos ni un ápice un rato.
-Si te suelto, ¿no chillarás?- su respiración me golpeaba la nuca. Seguía hablando en susurros. Niego con la cabeza.- A la mínima que alces la voz, te mato.
Su mano me suelta, yo no me muevo. Me quedo tal cual, como si siguiese aferrándome. Logró moverme un poco, recuerdo el cuerpo de aquella chica destrozada, con más fuera que dentro. Me dan arcadas. El muchacho me tiende un cubo.
-Si tienes que expulsar algo hazlo ahí, paso de recoger los vómitos de una niña asustada.- sigue hablando en susurros. Lo cojo, no replico, solo me centro en expulsar el desayuno.
Levanto la cabeza, odio aquel re sabor que se me queda en la boca. Observo al muchacho, tenía la tez ligeramente bronceada, su pelo era rubio, un rubio dorado. Sus ojos no se distinguían bien por la falta de luz, pero aparentan ser de distinto color. Su rostro es bello, pero extrañamente familiar.
Me había quedado maravillada, hasta que la veo, lleva una espada, una de esas que solo tienen el filo a un lado, ¿cómo se llamaban? Ah, sí, “katana”. Tiene la hoja completamente negra, con  el dibujo de lo que parece ser una bestia en la empuñadura.
-¿Q-qué era eso?- logro pronunciar al cabo de un rato.
- Eso, era un semi-licántropo.-dice mientras me pasa un pañuelo para que me limpie.
-¿Semi?- sabía lo que era un licántropo o también llamado un hombre lobo, pero ¿Semi?
-Son licántropos, en un estado de hambruna extrema, debido a su reciente transformación. Eso les lleva al canibalismo, debido a que la carne con más nutrientes para ellos es la humana. – se levanta. Abre la puerta.- Quédate aquí no vengas por nada, oigas lo que oigas no vengas.
-¿A dónde vas?- Su respuesta era evidente, pero aun así quiero asegurarme. Comienzo a levantarme poco a poco.
-A matar a esa “cosa”- La última palabra la carga de énfasis.- No salgas de aquí, vendré a por ti.
No sé porque, pero algo me dice que confíe en él. Veo como se marcha. Yo me vuelvo a sentar debido a la flojera de mis piernas. Me quedo allí, sin hacer ruido, respirando el aire con olor a humedad, con una mezcla de olor a ropa limpia y una fregona mal secada. Me hago un ovillo.
¿Qué le habría pasado a Rebecca?
No tengo duda alguna sobre lo que me había dicho aquel muchacho, del cual no sabía su nombre. Pero, una duda continua repitiéndose en mi mente… ¿Por qué me quería matar?
Un grito rasga el silencio, mi temor vuelve, ¿y si le ha pasado algo a aquel chico. Aún temblando logro ponerme en pie, comienzo a correr siguiendo aquel grito convertido ahora en gemidos. Viene del sótano, más exactamente de la piscina. Estoy sin aliento cuando entro en aquella estancia.
-¡Te dije que no vinieras!- dice un muchacho ensangrentado, su cazadora de cuero estaba rasgada por encima del pecho, a sus pies había un charco de la sangre que expulsaba al exterior. La mano derecha aprieta su herida, para que no salga más sangre. Su izquierda sujeta la espada. Era zurdo.
-Pero, pero… ¡Oí un grito y pensé…!
-¡Eso no importa ahora! ¡Corre, vete antes de que te detecte!- “Detectar” esa palabra me da escalofríos, mis dos opciones aparecen ante mí en milésimas de segundo.
1. Tragarme mi temor y ayudarle.
2. Huir dejándole allí con aquella herida.
Me decido por la primera, haciendo acopio de todo el valor que tengo disponible, avanzo medio corriendo hacia él. Entonces la veo.
Era Rebecca, pero a su vez no lo era. Había cambiado bastante desde que la ví. Su cara había cambiado, era una mezcla mal hecha de lobo y humano, sus manos terminaban en unas afiladas uñas, de gran longitud, ahora sabía que había herido al chico. Sus piernas eran las patas traseras de un lobo. La sangre la recorría por completo, mire sus ojos, lloraban sangre, ahora lo comprendí, la había cegado, seguramente para obtener ventaja. Esta gimiendo muy alto, espero que no me hubiese oído acercarme a él.
-¿Dóonde essssstassss pequeeeeñaaa?- su voz es una mezcla entre alaridos y voz humana. Entonces lo comprendo, no me da asco, sino pena. Su instinto la hacia matar.
Ayudo al muchacho a levantarse, la espada suena al rozar el suelo. Maldigo todo mientras cierro los ojos. Siento un golpe, un arañazo, luego como algo se va clavando poco a poco en mi carne, en el flanco derecho. Abro los ojos de golpe por el dolor.
Veo la cara de muchacho un segundo antes de ser despedida, unos metros a su derecha, me quedo allí tirada de lado, respirando con dificultad, la sangre manchaba el blanco de la camiseta. Entreabro los ojos. Veo la escena.
El muchacho “sin nombre” se debatía con su espada contra Rebecca, lo peor es que ella ganaba terreno poco a poco. Comienzo a incorporarme gemido a gemido. Yo no soy de esas que dejan que un chico las salve. Soy de las que luchan por sí mismas. Cuando estoy incorporada, siento un dolor punzante en la herida, la aferro con mi mano izquierda. Me escuece.
Rebecca está ganando todo el terreno, yo me acerco poco a poco, para no hacer ruido. La Semi-licántropa logra tirarlo contra la pared, manchándola de color rojizo.
-¿Sabes? Para mí que sabrás muy bien… Ahora me podré dedicar a devorar mi encargo….- Dice Rebecca antes de descargar el golpe final. El muchacho cierra los ojos. Noto como algo se hunde en mí. Algo afilado. Duele. Me atraganto con la sangre. Las lágrimas salen de mis ojos.- ¡¿Pero qué?!
Lo que me había atravesado sale de  mi cuerpo, caigo al suelo, mis ojos se cierran, solo oigo con una espada se hunde en la carne, un aullido lastimero y un cuerpo pesado cayendo. Noto que me dan la vuelta. Un brazo fuerte me aferra por la espalda, incorporándome; esto hace que me atragante con la sangre y tosa, un hilillo de sangre sale por la comisura de mis labios.
-¡Responde! ¿Me oyes?- grita aquella voz tan profunda. Mientras me agita levemente.
Abro los ojos, los párpados me pesan. Solo tengo ganas de dormir. Sé que mi final está cerca.
-Sí…- digo con la voz quebrada y en susurros.
-Te dije que no vinieras…- No le veo bien el rostro. Su voz suena amarga.
-¿Qué?… encima de que te salvo…- trato de quitarle hierro a la situación, sonrio, gasto mis últimas fuerzas en ello. Comienzo a cerrar los ojos, no puedo abrirlos por más que lo intente. Pesan demasiado. Los cierro sabiedo que no volveré a abrirlos. Las heridas ya no me duelen, no escuecen, solo producen un ligero sopor en los lugares dañados. Mi mundo se tiñe de oscuridad, mientras espero a la muerte.

Capítulo 1: Un radiante Amanecer.

Una mañana de Septiembre como cualquier otra, el sol se elevaba por encima de las cúspides de los árboles de hormigón llamados edificios. Muchos suspiros al aire, muchas risas de gente joven. La pereza de comenzar de nuevo. La melodiosa canción de los pájaros mezclada con el sonido de los coches. Ya estaba despierta cuando el despertador comienza a sonar. Lo apago tranquilamente como si no corriese prisa. Y la verdad no corre ninguna. Sentada en la cama comienzo a ponerme el uniforme de mi colegio. Una falda gris con un polo blanco de manga corta. Esto facilita mucho el pensar que ponerme cada mañana. Pero también tiene sus inconvenientes.
-¡Amber! ¡Date vida o llegarás tarde!- grita mi madre desde abajo. Corro al baño, y me peino. Mis pelos se doman bien ya que eran cortos, muy cortos. Me llega por debajo de las orejas. Me pongo unos pendientes, unas pequeñas perlas. Y mi esclava en el que llevaba inscrito el día en que nací. Me miro en el espejo mis ojos de color verde esperanza que destacaban contra mi pelo negro como la noche. Al verme las ojeras decido ponerme un poco de maquillaje para ocultarlas.
Bajo corriendo de dos en dos las dieciséis escaleras hasta la planta baja, tantas como años tengo, la cocina de mi casa era espaciosa pero no demasiado, se podría clasificar en las medianas, tiene una barra, que separa los fogones del comedor, con taburetes alrededor, una mesa grande para cuando nos reuníamos todos o venía un huésped. Me siento en un taburete que me situa delante de un  bol con leche caliente con cereales, con un vaso de agua fría al lado. Miro la hora, llegaba tarde. Apuro los cereales y la leche, sin tocar el agua. Debido a que si tomaba el agua seguida de la leche me daban arcadas. Salgo corriendo de la casa, cogiendo de camino las llaves, el billete de tren y el móvil apagado.
-¡Adiós, mamá! ¡Hoy llegaré más tarde!- no espero una respuesta, comienzo a correr, con cuidado de que no se me levante la falda, eso era lo único que odiaba de aquel uniforme. ¿Por qué no podíamos llevar pantalones?
Camino, haciendo pequeños sprints, hasta que llego al tren que esta a punto de salir, me meto entre la gente que sale, haciendo presión para entrar, lo logro. Me quedo de pie apoyada en la puerta, solo eran dos paradas, no merecía la pena sentarse.
Saco el móvil lo enciendo para mirar la hora, me queda el tiempo justo para llegar, suspiro. Volvería a ver a mi amiga Cheryl. Nunca he sido de esas personas que tienen muchos amigos, pero me sentía agradecida por tener una amiga como ella. Mis pensamientos se ven interrumpidos por un escalofrío, siento que me están mirando. Miro hacia los lados. Le encuentro, un chico de más o menos mi edad, diecisiete, o tal vez alguno más, pero sin llegar a la veintena. Lleva una gorra de beisbol, que le cubre parcialmente la cara con su sombra. Aun así puedo distinguir sus ojos, de color claro. Una mezcla entre el azul del hielo, y el verde de la pradera más clara. Eran hermosos, pero me dan miedo, parece que atravesasen todo cuanto mirasen, sin querer suelto un gemido de terror. No entiendo por qué me da tanto miedo, oigo la voz que anuncia las paradas, la pequeña sacudida al parar, logro romper el contacto visual, abro aquellas puertas automáticas de metal, pulsando el botón rápidamente, salto del vagón y salgo corriendo.
Paso el billete a toda prisa, y me dirijo corriendo al colegio. Llego sin aliento, la clase esta vacía, solo estamos otra chica y yo, si no recordaba mal, se llamaba Rebecca.
Era una muchacha menudita, pelo largo rubio y ojos oscuros, como la leña carbonizada. Me mira de forma extraña.
-Hola, Rebecca. ¿Qué haces aquí tan temprano?- la saludo, mientras me dirijo a mi mesa, o a la que suponía que debía de ser mi mesa por el número de clase ,que según la lista que estaba colgada, que era.
-Hola, Amber. La verdad es que me levante muy temprano sin darme cuenta.- Se ríe. Su risa me suena diferente, más cantarina. No le doy importancia. Saco un pequeño cuaderno de aquella mochila de bandolera.-Aunque tú también llegas temprano.
-Es porque creía que llegaba tarde, voy a apagar el móvil, no vaya a ser que suene y me lo requisen.
-Si, será mejor.- Me mira con aquella cara redonda aun sonriente. Ahora entendía porque no tenía muchos amigos, daba grima.- Yo ya apagué el mío.
Le sonrío. Oigo pasos, unos pasos familiares, me adecento la falda, y salgo a recibirla.
-¡Dios, Dios, Dios! ¡APARTA!- me aparto al ver que viene corriendo y no le dará tiempo a frenar, pero se choca conmigo.- ¡Ay! Lo sientooo…. – dice Cheryl desde el suelo, tiene el pelo castaño hecho un desastre, lo malo de tenerlo largo, por eso siempre lo llevaba corto. Sus ojos de color ámbar me dirigen una mirada lastimera. La ayudo a levantarse, entramos a la clase, y nos sentamos, de manera contigua. Siempre teníamos números seguidos, yo delante y ella detrás. Nos pusimos a contarnos el verano.
-Bueno, pues el mío ha sido… Ha sido… ¡EXPECTACULAR!- dice mientras eleva los brazos como si colocara un cartel, Cheryl siempre había sido muy expresiva y graciosa, además de guapa, quizás por ello era de las más populares entre los chicos.- Me he liado con siete… ¡CON SIETE! ¿Te lo puedes creer?- Comienzo a reírme.- ¿Y tú? ¿Algún amor veraniego?
-No… Como siempre, sola y amargada. Mis padres se fueron a la costa con mis tios, y yo me quede cuidando de la casa. Como hacía calor no quería salir. Así que, no hay mucho que contar.- Charyl me mira deprimida. Ella me había ofrecido irme con ella a su pueblo un fin de semana, pero yo no había querido, para mí las vacaciones significaban hacer cosas que no supusiesen esfuerzo, tanto físico como intelectual. Suena el timbre, nos giramos y nos damos cuenta de que ya está toda o la inmensa mayoría de la clase allí. Entra la profesora, la que supongo nuestra tutora, decidida, con el pelo color azabache recogido en un moño, y con gafas de montura gruesa, pasa lista. No falta nadie.
Tras aquello pasaron tres aburridas horas hasta el recreo. Después del cual solo quedarían dos, ya que era el primer día y no había mucho que hacer. En el recreo me junte con Cheryl y los demás, Tom y Cindy. Que como eran pareja, nos dejaban a nuestro rollo la mayoría del tiempo. Llevaban ya unos tres años de relación y parecía que fuese el primer día. Como no se habían podido ver en el verano, Cheryl y yo nos fuimos a pasear alrededor del recinto, dejándoles un poco de intimidad.
-¿Y cómo es tu pueblo Cheryl?
-¿Eh? Pues… es grande, hay chicos monetes… esta bien. – sonríe, ella nunca daba demasiados detalles, continuamos hablando sobre temas de la escuela, los profes que nos habían tocado, los chicos de la clase y esas cosas.
Cuando llego el final del día, Cheryl se despide de mí, ya que yo tenía que quedarme, porque estaba a cargo del club de atletismo, en  el cual era velocista. Nadie en la escuela me había ganado en una carrera, ni siquiera un chico.
Me estaba cambiando en los vestuarios con olor a cloro, debido a que también hay piscina, cuando lo note. Un olor metálico. Lo seguí, y llegue al pequeño retrete, cuando fui a abrirlo, reprimí un grito.
Había un cuerpo. Al lado del cuerpo había sangre. Un gran charco.

Prefacio

Caía la noche, fría e inhóspita. La nieve cubría las calles con su manto perlino, caminaba, mis pisadas hacían crujir la nieve, presionándola hasta convertirla en pequeños cachitos de hielo con forma de huella. No hacía aire, no hacía frío… Parecía como si la ciudad hubiese quedado atrapada en un bucle temporal, en el cual era imposible avanzar, ya fuese hacía delante o hacía atrás. No había vida en aquellas calles que hacía unos días habían sido bulliciosas. Las farolas comenzaban a parpadear, su luz comenzó a apagarse lentamente, mi mundo blanquecino se quedó a oscuras. Solo estaba iluminado por las estrellas y la Luna. Note un escalofrío, oí algo moverse en aquella ciudad del Silencio. Me gire justo a tiempo como para ver a mi presa, sus ojos iluminados por la tenue luz de la Luna irradiaban odio. Mi temor aumentó, aquella cosa de ojos rojizos me aferró el brazo con fuerza. El temor comenzó a aflorar en mi interior, aquella mirada evidenciaba lo que más miedo me daba… No había escapatoria…