Capítulo 1: Un radiante Amanecer.

Una mañana de Septiembre como cualquier otra, el sol se elevaba por encima de las cúspides de los árboles de hormigón llamados edificios. Muchos suspiros al aire, muchas risas de gente joven. La pereza de comenzar de nuevo. La melodiosa canción de los pájaros mezclada con el sonido de los coches. Ya estaba despierta cuando el despertador comienza a sonar. Lo apago tranquilamente como si no corriese prisa. Y la verdad no corre ninguna. Sentada en la cama comienzo a ponerme el uniforme de mi colegio. Una falda gris con un polo blanco de manga corta. Esto facilita mucho el pensar que ponerme cada mañana. Pero también tiene sus inconvenientes.
-¡Amber! ¡Date vida o llegarás tarde!- grita mi madre desde abajo. Corro al baño, y me peino. Mis pelos se doman bien ya que eran cortos, muy cortos. Me llega por debajo de las orejas. Me pongo unos pendientes, unas pequeñas perlas. Y mi esclava en el que llevaba inscrito el día en que nací. Me miro en el espejo mis ojos de color verde esperanza que destacaban contra mi pelo negro como la noche. Al verme las ojeras decido ponerme un poco de maquillaje para ocultarlas.
Bajo corriendo de dos en dos las dieciséis escaleras hasta la planta baja, tantas como años tengo, la cocina de mi casa era espaciosa pero no demasiado, se podría clasificar en las medianas, tiene una barra, que separa los fogones del comedor, con taburetes alrededor, una mesa grande para cuando nos reuníamos todos o venía un huésped. Me siento en un taburete que me situa delante de un  bol con leche caliente con cereales, con un vaso de agua fría al lado. Miro la hora, llegaba tarde. Apuro los cereales y la leche, sin tocar el agua. Debido a que si tomaba el agua seguida de la leche me daban arcadas. Salgo corriendo de la casa, cogiendo de camino las llaves, el billete de tren y el móvil apagado.
-¡Adiós, mamá! ¡Hoy llegaré más tarde!- no espero una respuesta, comienzo a correr, con cuidado de que no se me levante la falda, eso era lo único que odiaba de aquel uniforme. ¿Por qué no podíamos llevar pantalones?
Camino, haciendo pequeños sprints, hasta que llego al tren que esta a punto de salir, me meto entre la gente que sale, haciendo presión para entrar, lo logro. Me quedo de pie apoyada en la puerta, solo eran dos paradas, no merecía la pena sentarse.
Saco el móvil lo enciendo para mirar la hora, me queda el tiempo justo para llegar, suspiro. Volvería a ver a mi amiga Cheryl. Nunca he sido de esas personas que tienen muchos amigos, pero me sentía agradecida por tener una amiga como ella. Mis pensamientos se ven interrumpidos por un escalofrío, siento que me están mirando. Miro hacia los lados. Le encuentro, un chico de más o menos mi edad, diecisiete, o tal vez alguno más, pero sin llegar a la veintena. Lleva una gorra de beisbol, que le cubre parcialmente la cara con su sombra. Aun así puedo distinguir sus ojos, de color claro. Una mezcla entre el azul del hielo, y el verde de la pradera más clara. Eran hermosos, pero me dan miedo, parece que atravesasen todo cuanto mirasen, sin querer suelto un gemido de terror. No entiendo por qué me da tanto miedo, oigo la voz que anuncia las paradas, la pequeña sacudida al parar, logro romper el contacto visual, abro aquellas puertas automáticas de metal, pulsando el botón rápidamente, salto del vagón y salgo corriendo.
Paso el billete a toda prisa, y me dirijo corriendo al colegio. Llego sin aliento, la clase esta vacía, solo estamos otra chica y yo, si no recordaba mal, se llamaba Rebecca.
Era una muchacha menudita, pelo largo rubio y ojos oscuros, como la leña carbonizada. Me mira de forma extraña.
-Hola, Rebecca. ¿Qué haces aquí tan temprano?- la saludo, mientras me dirijo a mi mesa, o a la que suponía que debía de ser mi mesa por el número de clase ,que según la lista que estaba colgada, que era.
-Hola, Amber. La verdad es que me levante muy temprano sin darme cuenta.- Se ríe. Su risa me suena diferente, más cantarina. No le doy importancia. Saco un pequeño cuaderno de aquella mochila de bandolera.-Aunque tú también llegas temprano.
-Es porque creía que llegaba tarde, voy a apagar el móvil, no vaya a ser que suene y me lo requisen.
-Si, será mejor.- Me mira con aquella cara redonda aun sonriente. Ahora entendía porque no tenía muchos amigos, daba grima.- Yo ya apagué el mío.
Le sonrío. Oigo pasos, unos pasos familiares, me adecento la falda, y salgo a recibirla.
-¡Dios, Dios, Dios! ¡APARTA!- me aparto al ver que viene corriendo y no le dará tiempo a frenar, pero se choca conmigo.- ¡Ay! Lo sientooo…. – dice Cheryl desde el suelo, tiene el pelo castaño hecho un desastre, lo malo de tenerlo largo, por eso siempre lo llevaba corto. Sus ojos de color ámbar me dirigen una mirada lastimera. La ayudo a levantarse, entramos a la clase, y nos sentamos, de manera contigua. Siempre teníamos números seguidos, yo delante y ella detrás. Nos pusimos a contarnos el verano.
-Bueno, pues el mío ha sido… Ha sido… ¡EXPECTACULAR!- dice mientras eleva los brazos como si colocara un cartel, Cheryl siempre había sido muy expresiva y graciosa, además de guapa, quizás por ello era de las más populares entre los chicos.- Me he liado con siete… ¡CON SIETE! ¿Te lo puedes creer?- Comienzo a reírme.- ¿Y tú? ¿Algún amor veraniego?
-No… Como siempre, sola y amargada. Mis padres se fueron a la costa con mis tios, y yo me quede cuidando de la casa. Como hacía calor no quería salir. Así que, no hay mucho que contar.- Charyl me mira deprimida. Ella me había ofrecido irme con ella a su pueblo un fin de semana, pero yo no había querido, para mí las vacaciones significaban hacer cosas que no supusiesen esfuerzo, tanto físico como intelectual. Suena el timbre, nos giramos y nos damos cuenta de que ya está toda o la inmensa mayoría de la clase allí. Entra la profesora, la que supongo nuestra tutora, decidida, con el pelo color azabache recogido en un moño, y con gafas de montura gruesa, pasa lista. No falta nadie.
Tras aquello pasaron tres aburridas horas hasta el recreo. Después del cual solo quedarían dos, ya que era el primer día y no había mucho que hacer. En el recreo me junte con Cheryl y los demás, Tom y Cindy. Que como eran pareja, nos dejaban a nuestro rollo la mayoría del tiempo. Llevaban ya unos tres años de relación y parecía que fuese el primer día. Como no se habían podido ver en el verano, Cheryl y yo nos fuimos a pasear alrededor del recinto, dejándoles un poco de intimidad.
-¿Y cómo es tu pueblo Cheryl?
-¿Eh? Pues… es grande, hay chicos monetes… esta bien. – sonríe, ella nunca daba demasiados detalles, continuamos hablando sobre temas de la escuela, los profes que nos habían tocado, los chicos de la clase y esas cosas.
Cuando llego el final del día, Cheryl se despide de mí, ya que yo tenía que quedarme, porque estaba a cargo del club de atletismo, en  el cual era velocista. Nadie en la escuela me había ganado en una carrera, ni siquiera un chico.
Me estaba cambiando en los vestuarios con olor a cloro, debido a que también hay piscina, cuando lo note. Un olor metálico. Lo seguí, y llegue al pequeño retrete, cuando fui a abrirlo, reprimí un grito.
Había un cuerpo. Al lado del cuerpo había sangre. Un gran charco.

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