Capítulo 3: El mundo en Blanco

Mi primera sensación fue fría, tenía frío, mucho frío. Exceptuando donde me herí, sintiendo en aquellas zonas un ligero calor. Comienzo a abrir mis ojos de nuevo. Estoy en un lugar completamente blanco. Como si hubiese nevado y todo estuviese cubierto de nieve. El cielo también es de color blanco pero más oscuro, es decir, gris muy claro.
Mi ropa ya no está manchada de sangre, camino hacia delante, guiándome por mi intuición.
Veo un punto negro en la lejanía, me acerco a él. Descubro a una mujer. Esta completamente vestida del color del luto, su rostro está cubierto por un velo semitransparente del mismo color. Solloza delante de un libro, del color de la sangre.
Me acerco a ella. Trato de hablar pero no puedo. Muevo los labios, pero las palabras no aparecen. Comienzo a sentirme frustrada. A tener esa sensación de querer y no poder.
La mujer me mira. Su velo solo deja que le vea sus labios. Se levanta. Continúa mirándome. Su expresión no cambia.
Comienza a andar. Yo trato de gritarle que se pare que quiero hablar con ella. Comienzo a correr, ella comienza a caminar cada vez más deprisa. No la puedo alcanzar. Mi cansancio es evidente, el flato comienza a invadirme. La sensación de derrota se apodera de mí. Me caigo al suelo. Me quedo allí de rodillas.
Ella se para. Vuelve sobre sus pasos. Se acerca a mí, y me alza la cara, como si quisiese verla bien. Se que mi mirada colisiona con la suya, aunque no sepa a donde mira.
“¿Te has cansado ya?” pregunta una voz en mi interior.  No sabía cómo responder a aquella pregunta. Trato de hablar pero las palabras no salen.
“Este es el mundo en blanco… Las palabras no existen, debes de encontrar otro modo de expresarte”  dice mientras se aleja. Yo me levanto y comienzo a seguirla. Comienzo a rogar que se pare. Ella se para en seco.
“¿Qué has dicho?” su rostro sigue contemplando el horizonte, no se digna a mirarme. Pero, ahora lo comprendía. No se trataba de hablar, de expresarse. Se trataba de pensar. Trasmitir esos pensamientos a otra persona.
“Que pares, estoy cansada” digo mientras me caigo al suelo, pensar era una cosa, pero enviar mis pensamientos consumía mis energías.
“Ya veo que le vas pillando el truco”, se acerca y se sienta a mi lado. “Aunque ya lo sabía…” dice con su rostro sonriente.
“¿Eh?” Digo mirándola, ya estaba lo suficientemente confusa como para que me confunda más.
“Pero de eso hablaremos, perdón, pensaremos en otra ocasión…”, alegre, se gira mientras abre el libro. Sus páginas son negras con letras plateadas. ”Es hermoso ¿verdad?” dice mientras lo ojea. “Bueno, aquí esta tu nombre” dice mientras me lo enseña. “Amber Ground… ¿Correcto?” Asiento.
“Muy bien Amber, esto es para ti.” Le tiende una llave, colgada en un cordón de plata. “Ahora elige… ¿Te vas o te quedas?”
Cojo la llave que me tiende. La miro, es tan pequeña como la de un diario, es fina y suave como una pluma. Brilla como el cristal. Levanto la vista. La chica misteriosa había desaparecido.
En su lugar había una puerta, la puerta es del color de la plata, enmarcada con unos dibujos de tonos azulados, formando espirales que terminaban en hojas. Encima de la puerta colgaba una rosa negra.
Miro el pomo. Lo giro tres veces. La puerta chirria de felicidad, como si nadie la hubiera abierto en años. Tal vez, siglos.
Salgo cerrándola, para que nadie profane aquel lugar.
“Buena elección…” Oigo antes de cerrar la puerta.
Detrás de la puerta solo había oscuridad, y una pequeña televisión, de las antiguas que iluminaba la estancia. Mostrando una oscuridad infinita y una silla de madera. En la televisión no se  muestra imagen alguna.
Me siento delante, al instante el canal cambia. Me muestra mi muerte vista desde distintos ángulos, como si hubiera estado viviendo un show.
-Esto no te lo esperabas ¿eh?- trato de buscar el origen de aquella voz, sabía que era masculina, por su gravedad.
-¿Quién eres?- pronuncio, mientras saboreo cada palabra. ¡Al fin habían vuelto!
-No tengo porque mostrarme ante ti ahora. No debes estar aquí. Debes marcharte.- su voz era severa. Sin saber porque me levante, y comencé a buscar una salida.
-No hay salida…- susurro.
-Las salidas están donde menos te puedes esperar…- Dice la voz sin ningún matiz de expresión.
Miro la televisión… No puede ser. Me acerco a ella toco la pantalla de cristal. Ahora aparece la imagen de una puerta. La pequeña caja se deforma hasta convertirse en una puerta, más tosca y más rústica. Pero hermosa.
Aquella no tenía cerradura, la abro. Dentro hay una luz cegadora, me comienzo a acercar a ella. Sin querer cierro los ojos, la puerta se cierra sola.
Camino, solitaria, sin poder abrir los ojos. Cuando trato de abrirlos no puedo, es como si estuviesen cosidos.
El dolor vuelve a desgarrarme, comienzo a notar una cicatrización rápida y dolorosa, caigo al suelo retorciéndome de dolor. Confusa, y jadeando, trato de chillar, pero mi voz no sale.
-¡No te mueras!
Oigo una voz, me recuerda a alguien. Alguien que conocí hace mucho. No sé quién. Cuando las heridas están cerradas, puedo abrir los ojos, poco a poco, la luz de una lámpara me ciega, no puedo ver donde estoy. Sólo sé que…
Estoy en algún lugar con olor a cloro.

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